La Archicofradía de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro

El Papa Pío IX dio mandato a la Congregación del Santísimo Redentor de que llevasen a la Virgen del Perpetuo Socorro por todo el mundo y, fieles a tal mandato, ellos han extendido esta advocación por este, siendo raro en España el pueblo de nuestra geografía que no la tiene en una de sus capillas.

Corría el año del Señor de mil ochocientos setenta y ocho, veinticuatro de junio, a las once de la noche, cuando los Misioneros Redentoristas llegaron a Granada capital para fundar una comunidad en la Iglesia de San Juan de los Reyes. No venían solos, con ellos iba el Icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. No serían pocos los avatares de esta fundación, llegándose incluso a temer por su continuidad. Gracias a Dios y al esfuerzo del nuevo superior de la comunidad, el P. Allet, la obra continuó su camino, avanzando y creciendo progresivamente, hasta que en el año 1890, en las bodas de plata de la coronación de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Roma, la Virgen Perpetuo Socorro estrenara su primer altar en la capital nazarita. Tan sólo dos años separa esa fecha de la Erección Canónica de la Archicofradía de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. El día 27 de mayo de 1892, mediante Decreto Arzobispal, se autoriza la creación de la Archicofradía de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Alfonso y, ese mismo año, la Virgen, sobre unas andas, caminaría por primera vez por suelo granadino. El recorrido será corto, desde el Altar Mayor a su nueva Capilla, según narra el cronista, pero lo suficiente para que Granada pudiese posar sus ojos sobre esa Madre de mirada penetrante y sanadora que sostiene la Salvación de la humanidad sobre sus brazos.

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Los años pasaron en San Juan de los Reyes y la Virgen llenó el Albaicín entero con su presencia, desbordándose calles abajo hasta Granada, como suelen decir los que allí viven. El intento de bajar al centro por parte de los Misioneros Redentoristas era cada vez más acuciante, concretándose hacia San Jerónimo. El lunes ocho de febrero de mil novecientos cuatro, siempre con el Icono de la Virgen al frente, con la Archicofradía poniendo en la calle a su madre, de un modo poco organizado pero lleno de eficacia, la Virgen bajaría a Granada. Granada, Granada por fin, por fin Granada podía contemplar a su Madre, Socorro Perpetuo de nuestras vidas. Sin embargo, la andadura por San Jerónimo duró muy poco, el monasterio no estaba en condiciones para albergar el Culto Público, así que, tal y como narran los periódicos de la época, el veinte de junio de mil novecientos cuatro, los Misioneros Redentoristas y con ellos Nuestra Señora del Perpetuo Socorro volvían a encaminar hacia el bajo Albaicín.

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El deseo de que Granada tuviese a su Madre cerca llevó a que, el doce de diciembre de mil novecientos trece, los Redentoristas hiciesen suya la Iglesia de San Felipe Neri, desde ese día, ya sí, Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Las crónicas de la prensa de la época hacen una profusa descripción de tal día, hacen alusión a que muchas son las personas que llenaron el Templo para acoger a la Virgen y dejarse mirar por ella. Al día siguiente daría comienzo la Primera Novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, la primera en el templo que hoy día los acoge, interrumpida pocas veces y por motivos graves de situación política según la crónica periodística, en la que muchos files llenaron la Iglesia que parecía nueva albergando en su interior a su Madre.

Los años pasaron con calma y uno de los días grandes de la Archicofradía llegó sin apenas darse cuenta. Veintidós de mayo de mil novecientos veintiuno, por fin, la Virgen atravesaría el dintel de la puerta del Santuario que lleva su nombre. Según relata la Gaceta del Sur de ese día, muchos tuvieron que ser los engalanamientos que se llevaran a cabo y, no cabe duda, de que a Ella la llevan en andas los corazones de los habitantes de esta ciudad: “fulgirá radiante en trono de nubes su Imagen Prodigiosa; brillará magnífica en su frente fulgurante corona de luces, formará su corte célica espíritus alados; subyugadora de hermosura, cual visión divina que el Eterno envía a la Tierra, se destacará bellísima en carroza de flores, que los hijos de Granada le han alzado”.

El recorrido, por el que se cruzaría con los ojos de sus archicofrades, sería: San Juan de Dios, Gran Vía, Reyes Católicos, Puerta Real, Mesones, Plaza de la Trinidad, Duquesa y San Juan de Dios. No existe mejor forma para describir ese día que como termina la crónica de El defensor de Granada: “hoy verá Granada y sabrá España y el mundo entero, si amáis a la Virgen del Perpetuo Socorro”. Y vaya si la aman, las calles estaban repletas de ojos que buscaban su socorro maternal y que, por fin, las personas impedidas, que no podían acercarse a verla a diario, la veían bajo sus ventanas.

Los años siguientes, la Archicofradía seguiría organizando la Novena en honor a la Virgen del Perpetuo Socorro con una afluencia de hermanos y fieles devotos que hacía que el Templo pareciese una simple capillita y siguió llenando Granada de su amor de Madre. Cuatro años después, el seis de junio de mil novecientos veinticinco,  último día de la Novena al Perpetuo Socorro, se bendijo la monumental carroza procesional de la Virgen, regalada por muchas personas agradecidas y que formaban parte de la Archicofradía. El diseño del conjunto es de creación de Doña Encarnación González, saliendo de la gubia de Navas Parejo. Al comienzo sobre ruedas, empujada por sus hermanos, posteriormente se realizó la parihuela siendo portada por hermanos costaleros. Ese año, el cortejo estaría formado por largas filas de hermanos, niños, mujeres, hombres y religiosos. Granada se volcaba con su Madre.

Ya tenía la Virgen del Perpetuo Socorro una muestra más del amor de su ciudad, esa a la que había llegado tan sólo cuarenta y siete años antes, pero cuando realmente Granada demuestra su amor será en el año mil novecientos veintisiete, año clave para la Archicofradía del Perpetuo Socorro.

12 de Mayo del año del Señor de 1927, bendito día, en el que Granada coronó a su Madre por manos del Cardenal Arzobispo Casanova y Marzol. Muchas han sido las dudas durante años acerca de esta coronación, pero basta hacer una pequeña investigación por las hemerotecas para descubrirse que lo vivido llegó a España entera. Periódicos de tirada nacional, provincial y local se hacen eco de lo acontecido ese día en Granada. “A las once de la mañana era absolutamente imposible penetrar en el amplio templo del Perpetuo Socorro; tal era el número de fieles que lo llenaba por completo. No sólo en la nave de la Iglesia, en el coro, en las balaustradas de las cornisas, veíase una enorme multitud que se apretujaba, ansiosa de presenciar la coronación de la Virgen del Perpetuo Socorro. (…) Previas las preces de ritual, el Cardenal oficiante bendijo la corona-diadema de la Imagen y la colocó en el cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro, situada en altarcito portátil ante el mayor. En el acto de la Coronación voltearon las campanas, disparándose desde las terrazas del convento multitud de cohetes ensordecedores, y diéronse numerosos vivas a la Virgen y a Granada Católica. El cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, ya con la corona y diadema, fue llevado a continuación al altar mayor y colocado en el tabernáculo” nos dice El Defensor de Granada.

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Fue un gran día para la ciudad que culminaría con la procesión del Icono por las calles de Granada, no quedando un solo granadino en su casa.

Los años siguientes fueron pasando y dejaron, para el recuerdo de los granadinos, salidas procesionales llenas de fieles que buscaban encontrarse con esa mirada que desde donde la mires te mira. El Icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro ya no abandonaría nunca más su Granada. Cierto es que entre el año mil novecientos treinta y uno y mil novecientos treinta y nueve los periódicos enmudecen con respecto a la Archicofradía. Nada sabemos de esos años, nos consta que los Redentoristas debieron abandonar Granada el año mil novecientos treinta y uno dejando a la Virgen a buen recaudo, pero más allá de eso se nos hace imposible saber los avatares que se vivieron durante esos años.

En mil novecientos treinta y nueve, apenas dos meses después de que terminase la Guerra Civil, la Virgen del Perpetuo Socorro volvía a pisar las calles de Granada para llevar a sus ciudadanos, a sus devotos y a todo hombre el socorro de su amor de Madre, para consolar los corazones maltratados por años de sufrimiento, para traer paz entre hermanos.

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Desde ese día, año tras año, Novena tras Novena, Procesión tras Procesión encontramos cómo los periódicos de Granada nos acercan la devoción que entre sus calles se vivía al paso de la Virgen del Perpetuo Socorro.

Muchas son las cofradías de aquella época que han quedado olvidadas en el paso del tiempo, perdiéndose sus hermanos y relegando sus imágenes a las iglesias.

Sin embargo, nada de esto ha pasado con Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Nos separan setenta y siete años desde que después de la Guerra la Virgen volviese a las calles de Granada y, sin embargo, si cerramos los ojos, si no miramos las ropas o los móviles en las manos, si sólo escuchamos, parece que pudiésemos estar aún en las calles de mil novecientos veintiuno cuando la Virgen saliese por primera vez o en el Templo en mil novecientos veintisiete cuando la coronasen o a la puerta del Santuario en mil novecientos treinta y nueve esperando a que Ella atravesase el dintel, porque Granada sigue volcándose con su Madre, porque la Virgen del Perpetuo Socorro nunca se encuentra sola por su Granada, porque Granada es para Ella y Ella para Granada, que la coronó de Madre de todos los granadinos.

Y nosotros hoy, granadinos del siglo XXI, que caminamos tantas veces sin mirar al frente, a los ojos de nuestras madres, no podemos evitar que en las inmediaciones de cada veintisiete de junio, fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, la pequeña plazoleta de enfrente del Santuario esté repleta de granadinos esperando que se abra la puerta, que por ella aparezca la cruz, que le acompañen los faroles, que tras ellos vengan un grupo de mujeres con sus mantillas blancas de alegría de acompañar a su Madre, que después las hermandades de Semana Santa más próximas no hayan sido capaces, durante innumerables años, de dejar de acompañar a la Virgen, creciendo el número de ellas, para que llegue el momento de las Camareras con su mantilla negra, para darnos una catequesis y hacernos recordar que, aunque estemos en tiempo de Gloria, la Virgen del Perpetuo Socorro es un Icono de Pasión y por eso es capaz de llenar nuestra vida en los momentos más oscuros; tras ellas, la bandera de la Archicofradía. Archicofradía que lleva ciento veinticuatro años llevando a la Virgen a Granada, cuidando de ella, ocultándola cuando peligraba; Archicofradía valiente que mira al futuro y busca seguir creciendo de la mano de su Madre. Y por fin, tras ella, la comunidad redentorista, el cuerpo de acólitos que iluminan con su luz tenue a la Virgen, que es todo luz, para el que la mira con el corazón acongojado, y Nuestra Madre del Perpetuo Socorro, que desde que asoma por el dintel va regalando consuelo, amor, socorro a todo el que posa su mirada en ella, que sube a la Basílica de San Juan de Dios, a visitar al patrón de Granada, pero también a todos los enfermos que desde sus ventanas a Ella se encomiendan, que recorre calles en las que se ve a personas muy mayores asomarse a la ventana y con los ojos cuajados en lágrimas de alegría le piden a la Virgen que el año que viene, un año más, puedan seguir estando todos viéndola pasearse por Granada.

Son muchos los años que han pasado desde que la Virgen llegase a Granada, pero desde ese día se ha hecho dueña de los corazones de los granadinos, que la quieren, la acompañan y la buscan. Su Archicofradía y los Misioneros Redentoristas son fieles custodios de su Amor para que permanezca vivo entre todos los granadinos y para que Ella siga siendo, por muchos años más, Perpetuo Socorro para todos.